viernes, 26 de agosto de 2011

La espada Sabaela, primera parte



Para Cisa que le gustan mis cuentos de hadas.

Después de haber experimentado con los humanos, los dioses hicieron a los elfos a su imagen y semejanza. Quien nosotros conocemos como Santa Sofía no participó en la creación, era todavía muy niña como para dominar el arte de transformar en algo vivo la inerte tierra que se moldea entre las manos.


Más que vida creada de sus propios dedos, los elfos fueron compañeros de juegos y amigos para la diosa niña. Es lógico, los otros dioses eran ya adultos y con poca paciencia para los niños. Por aquel entonces, el mundo era un lugar nuevo, los colores tenían otra fuerza. Cada amanecer y puesta del sol parecía una fiesta de la naturaleza.


Los elfos se instalaron en una isla conocida como Elfadea. Construyeron una delicada civilización, donde cada edificio era una obra de arte, la música era dulce, los poemas emocionaban, las esculturas un deleite. Llevaron a tal refinamiento la ciencia de criar caballos que les crecieron hermosas alas con las que surcaban los cielos. Mientras sus naves en forma de cisne, llegaban hasta los confines del mundo.


A medida que fueron necesitando, organizaron un gobierno. Eligieron como su Rey a Pavlas, quien tenía un sólido sentido de la justicia.


Pero el mejor amigo de Santa Sofía era Tincol el hermoso. Tal vez el vínculo tan especial se debía a que él era el más joven de los elfos creados por los dioses y ella la menor de los dioses. Un día estaban conversando de la creación y la transformación de la materia. Santa Sofía tomó carbón, un poco de piedra y lo desafió a que creara algo realmente bello. Tincol que era un artista nato para todo lo que requiriera destreza con las manos, hizo una singular espada a la que bautizó como Sabaela.


En aquellos tiempos, Sabaela no fue considerada una espada mágica pero sí una pieza muy refinada. Santa Sofía admiró la calidad con la que estaba hecha, pero las armas no iban con ella, así que sugirió que se la regalara a su Rey. Pavlas llevó a Sabaela en su cinto por el resto de los milenios en los que reinó.


Todo llega a su fin, incluso para los elfos. Los dioses estaban cada vez más preocupados por los conocimientos que día tras día adquirían sus creaciones. Temían que llegado el momento los derrocaran como ellos habían expulsados a los monstruos que dominaban la tierra en el inicio de los tiempos. La paciencia de los divina se acabó cuando un Rey humano, optó por no realizar los sacrificios exigidos ese año, debido a que la cosecha había sido especialmente magra. Como era de esperar, la peste asoló rápidamente el reino. Sin embargo este Rey cuyo nombre la historia ha olvidado, pidió ayuda a Pavlas. Rápidamente una delegación de elfos llegó al lugar con pócimas que curaban la enfermedad.


De todos los reinos humanos, el más poderoso y el único que podía rivalizar relativamente con los elfos, era Flörtrien. Todos los dioses, salvo Santa Sofía, llenaron de envidia el corazón de dicho Rey.


Días después una numerosa delegación de éste reino se apareció en la corte de Pavlas. Las conversaciones fueron distendidas y animadas. Sorpresivamente los hombres sacaron sus espadas y asesinaron a cuantos elfos pudieron, entre ellos a Pavlas. Uno de los principales objetivos era Luzdräen, la hija del Rey, pero gracias al valor de Maidelas, un elfo todavía joven, la princesa salvó su vida. El coraje de Maidelas, tenía su motivación, estaba secretamente enamorado de Luzdräen.


Pronto los elfos contuvieron la situación y pudieron enterrar a su Rey, mientras pensaban quien sería su sucesor. Por primera vez y quizás única, decidieron seguir el ejemplo humano y nombrar Reina a Luzdräen. Ella no se consideraba una princesa, ya que se suponía que su padre gobernaría por siempre. Su sentido del deber pudo más que su miedo y aceptó. A pesar de que su corazón era puro y mostró sobrada inteligencia, algunas veces se extrañaba la sabiduría que su padre había acumulado. El primer acto de la flamante Reina, fue entregarle Sabaela a Maidelas, en agradecimiento a su valentía.


El reinado de Luzdräen, no llegó a los cuatrocientos años. Los dioses indignados por lo rápido que los elfos se habían recuperado, decidieron hundir la isla de Elfadea y destruir la civilización elfica de una vez y para siempre. Para sorpresa divina, Elfadea resistió durante tres agónicas semanas, gracias a tales tecnologías que fácilmente se confundían con magia. Cuando todo parecía perdido, diez mil hombres de la isla de Gaditaña llegaron a reforzar las defensas de Elfadea.


Santa Sofía, divida entre sus parientes los dioses y el amor que sentía por los elfos, vivió con angustia la guerra. Tan sólo pudo colarse una noche especialmente oscura dentro de Elfadea. El encuentro con Tincol fue por de más difícil, ya nada de alegría quedaba en su compañero. Un impulso dominó al elfo cuando fueron a despedirse. El beso no se dirigió a la mejilla sino a la boca de la diosa, ella le respondió con otro, se abalanzaron a una cama y ahí desataron pasiones largamente contenidas.


Tincol, se negó a ir con Santa Sofía. Dijo que si su mundo perecía, él debía morir también. Ella se marcho sabiendo que sería la última vez que se verían, pero aún ignorando lo que ya se estaba gestando en su vientre.


Los mares fueron tragando poco a poco a Elfadea. Cada ola era una marea de cadáveres. Tan sólo el enorme palacio real resistía. Diopamedes, dios de la guerra, tenía la intención de matar con sus propias manos a la Reina. Un trueno quemó las puertas del palacio. Todos reconocieron aquella armadura como la noche más oscura. Luzdräen y una pequeña comitiva huyeron por las escaleras de la torre mayor.


Pero no Maidelas. Sabaela en mano, el elfo envistió contra el dios. Increíblemente no sólo lo hirió, sino que dejó la espada incrustada en la pared. Diopamedes rió con arrogancia, pero comenzó a preocuparse cuando vio que no podía quitarse la espada ni pasar a través de ella. Eso ni impidió que extendiera su brazos y de un rápido movimiento ahorcara al elfo. El sacrificio de Maidelas no sirvió de mucho, Luzdräen murió ahogada poco tiempo después, cuando el mar se tragó la torre y con ella lo que quedaba de Elfadea.


Tres días tardaron las aguas en calmarse. Nefoljé, dios de los mares encontró a Sabaela.

  • Creo que esto te pertenece ahora.

  • Le dijo a Santa Sofía.




2 comentarios:

  1. Gracias por este cuento,espero poder leer más,muy pronto =)

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  2. bueno buenisisimo me gusto mucho los elfos y este mudo surrealista esta maravilloso la historia
    un saludo pase hacer una visita por medición del bloc de esencia de colores me llamo la atención lo del nombre de tu bloc me pasare hacer mas visitas vale

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